jueves, 17 de febrero de 2011

Fernando Alonso Barahona . Alfred Hitchcock. Un misterio dentro de otro misterio







Se cumplen treinta años de la muerte de uno de los grandes creadores del Séptimo Arte, y a la vez uno de sus iconos más populares: Sir Alfred Hitchcock. En la época del “star system” y en los años dorados de Hollywood, tan sólo dos directores atraían por su estilo y su nombre, por encima incluso de actores y actrices, Cecil B. De Mille (desde la década de los veinte) y Alfred Hitchcock (desde los cincuenta).
Un misterio dentro de otro misterio, así se definió el autor de “Psicosis” y sus biógrafos, incluso los más contumaces como Donald Spoto, solo han podido acercarse a la epidermis de la persona.
Pero el artista queda, con su obra siempre renovada, con un puñado de imágenes y personajes inolvidables…. ¿hasta qué punto podemos desvelar un misterio que solo a Hitchcock pertenece?
Alfred Hitchcock nació el 13 de agosto de 1899 en Leytonstone, una población entonces cercana al Londres nebuloso de Sherlock Holmes, Jack el Destripador y Scotland Yard, y que hoy es un distrito del East End de la capital británica. Sus padres, William Hitchcock y Emma Jane Wehlan, dueños de un negocio de comestibles, ya tenían dos hijos, William (1890) y Ellen Kathleen (1892).
Desde niño, la educación católica cimentaría la personalidad del joven Alfred. Su primera escuela fue la Casa Conventual Howrah, en Poplar. La familia se había trasladado en 1906 a esa población desde Leytonstone con la intención de establecer un nuevo negocio.
Dos años después, otro traslado llevó a la familia a Stepney. Allí el joven ingresó en el Colegio de San Ignacio, fundado por los jesuitas en 1894 y especialmente reconocido por su disciplina, su rigor y su estricto sentido católico.
La estancia escolar dejó una profunda huella en Hitchcock . La educación, los conceptos de culpa y perdón, el sentido del pecado. Pura teología católica que el cineasta recreará en “Yo confieso”, “Falso culpable”, “La sombra de una duda” o “Pánico en la escena”.
Hitchcock había conocido a Alma Reville, una chica de su misma edad, natural de Nottingham, menuda, simpática y delgada. Alma adoraba el cine y había trabajado en los estudios de la Film Company, y en la compañía Famous.
Alma y Hitchcock colaboraron en varias películas dirigidas por Graham y Cutts, y en 1923 viajaron a Alemania para localizar los exteriores de un filme cuyo guión había escrito el propio Hitchcock: “The Prude’s Fall”. En el barco de regreso a Inglaterra, Hitchcock se declaró e iniciaron un largo noviazgo. El 2 de diciembre de 1926 contrajeron matrimonio católico estableciéndose en Cromwell Road, en Londres.
En 1928 nació su hija Patricia Alma; la familia fue refugio íntimo para el artista aunque sus “boutades” fueran tomadas en serio por alguno de sus biógrafos. Sin embargo, Alma – la esposa – y Patricia – la hija que llegó a intervenir como actriz en algunas películas y obras de teatro – fueron una razón y un ancla vitales para que Hitchcock pudiera desarrollar su carrera y concebir sus obras maestras.
Hitchcock aprendió a hacer cine en las películas mudas poseyendo así el gran secreto del que hablaba Turffaut. Como De Mille, Ford, Vidor, Henry King, Walsh, Leo McCarey, Chaplin, Fritz Lang o Hawks, el autor de “Vértigo” penetró en los misterios de la imagen animada sin palabras, inventando el lenguaje en cada película . Privilegio único de los pioneros de cualquier arte.
Blackmail (1930 fue la primera obra sonora (aunque se realizó como silente añadiendosele en un posterior montaje diálogos y efectos sonoros). La historia de una mujer angustiada por un crimen cometido en defensa propia constituye la primera gran muestra del talento de su director.
Después vinieron sus primeros triunfos: “El hombre que sabía demasiado”, “La dama del expreso”, “39 escalones”…. o la olvidada “Posada Jamaica”, con una adorable y jovencísima Maureen O, Hara y un genial Charles Laughton interpretando a un malvado juez que oculta sus vicios y crímenes tras la máscara de su envidiable posición .
Hitchcock afiló una técnica inigualable, fue creando un universo particular lleno de toques personales: sus apariciones breves y originales en las películas, los retratos de mujer, la fragilidad de las relaciones humanas, el miedo y a la vez la fascinación por lo desconocido…. Pero la industria británica se le quedaba pequeña, era el momento del salto al Hollywood dorado.
Hitchcock llegó a La Meca del Cine y debutó con el gran David O´Selznick, obteniendo como resultado la inolvidable “Rebeca” (1940), Oscar a la mejor película y un comienzo para la historia : “Anoche soñé que volvía a Manderley”.
“Sospecha” (1941) juega de forma genial con la posibilidad de que Cary Grant pueda ser un asesino; es la perversa ambigüedad que también rodea la magistral “La sombra de una duda” (1943) en la que Teresa Wright descubre el monstruo que se oculta tras su adorable y encantador tío (Joseph Cotten).
“Encadenados” (1946) dibujaba con otra sensación morbosa: Cary Grant empujaba a su amante Ingrid Bergman a casarse con el sospechoso (Claude Rains) para cumplir la misión encomendada. Y llegando hasta el final de todos los propósitos.
“Recuerda”, “El caso Paradine”, “Naufragos”… son nuevos hitos, tal vez menos perfectos, pero campo de juego para experimentos (la secuencias oníricas ideadas por Dalí, la acción que se desarrolla en un bote salvavidas) que van perfeccionando la mano del maestro. Su estilo es ya reconocible por cualquier aficionado, pero el éxito lejos de adormecer su talento le empuja a descubrir nuevos campos. El uso del color será un terreno extraordinario para obtener nuevas sensaciones con la cámara, y sobre todo en el rostro y en el cuerpo de las mujeres que van a seguir protagonizando la creatividad de Hitchcock.
La década de los cincuenta se inicia con dos espléndidas obras aún en blanco y negro (el director ya había experimentado con el color y con los escenarios únicos en la interesante “La soga”, 1949, con James Stewart): “Yo confieso” (Monty Clift en el papel de un sacerdote que ha de ocultar a un criminal que le ha confesado el asesinato en secreto de confesión) y “Extraños en un tren” (un hombre propone a otro intercambiar sus proyectos de asesinato para que no sean descubiertos) es la época dorada del autor.
A su gigantesca popularidad contribuyó no poco, a partir de 1954, la serie de televisión “Alfred Hitchcock presenta”, en la que el director actuaba de presentador original y a menudo bromista y macabro. También dirigió personalmente algunos de los mejores episodios, frecuentes brillantes borradores para futuras películas.
Obras maestras como “Falso Culpable” (Henry Fonda y Vera Miles en un caso real, un inocente confundido con un peligroso criminal), divertimentos como “Atrapa a un ladrón”, con Cary Grant y Grace Kelly y la extraordinaria “La ventana indiscreta” (James Stewart y Grace Kelly en una aguda reflexión sobre el “voyeurismo” implícito en la propia pasión del cine, observar vidas ajenas al fin y al cabo) conducen a “Vértigo” (1958), con James Stewart y Kim Novak, una de las grandes obras de arte del siglo XX .
Retrato del amor necesario y a la vez imposible, espejo de una obsesión que provoca que el protagonista abandone la realidad tratando de que su sueño cobre vida tangible, “Vértigo” es una película subyugante, con una Kim Novak absolutamente hermosa, capaz de engendrar mil lecturas, de una insondable belleza que se acrecienta a cada visión.
“Con la muerte en los talones” (1959) con Cary Grant supone la culminación del cine de suspense y “Psicosis” (1960) abre la puerta al nuevo cine de terror contemporáneo. En la primera se describe un genial rompecabezas pletórico de escenas brillantes e inolvidables. En “Psicosis”, Hitchcock juega con la identificación del espectador con la protagonista (Janet Leigh) y tras un asesinato de antología, es capaz de cambiar la perspectiva y aumentar aún más si cabe el interés de la película. Toda una lección de cine.
Las mujeres de Hitchcock componen un núcleo vital de su obra . Si Alma Reville –de la que tenía un fuerte sentido de dependencia- le acompañó durante toda su vida, Hitchcock sublimó en sus mejores películas una visión sensual de la mujer que consideraba atractiva. Fría y seductora, rubia y distante pero intensamente carnal en los momentos soñados.







Madeleine Carroll, Maureen O´Hara, Tallulah Bankhead, Laraine Day, Silvia Sydney, Shirley McLaine, Joan Fontaine, Teresa Wright, Jane Wyman, Janet Leigh, Marlene Dietrich, Alida Valli, Kim Novak, Vera Miles, Grace Kelly, Eve Marie Saint, Tippi Hedren, Ingrid Bergman, Julie Andrews… componen el mosaico de las obsesiones femeninas de un artista que supo hacer del misterio su elegante marca de estilo . De entre ellas destacan Ingrid Bergman (“Recuerda” y “Encadenados”), Grace Kelly (“Crimen perfecto”, “Atrapa a un ladrón” y “La ventana indiscreta”) y Kim Novak (“Vértigo”) a las que se unen dos favoritas más del director , Vera Miles (“Falso culpable” y para quien estaba pensada “Vértigo” pero cuyo embarazo le impidió protagonizarla ) y Tippi Hedren (“Los pájaros”) con la que mantuvo una tormentosa y fallida relación personal .
El suspense es el ejercicio técnico que asombra en cada película, la brillante manipulación del tiempo y del espacio para mantener la tensión del espectador, las mujeres son la obsesión, el inmarcesible secreto femenino que Hitchcock trata en vano de poseer y desvelar. La muerte es el destino frecuente de esta incapacidad (“Vértigo”, “Psicosis”, “Topaz”, “Frenesí”….).
Tras el éxito de “Psicosis” se suceden “Los pájaros” y “Marnie”, dos nuevas obras maestras. Tras ellas Hitchcock parece refrenar su inventiva (pese a la interesante “Cortina rasgada”) en tanto que es objeto de ataques por parte de algunos sobre todo tras la espléndida “Topaz” (1970), uno de sus films más subvalorados, una trama de espionaje que encubre una visión pesimista de la vida pero también un eficaz anticomunismo que refleja la crueldad y deshumanización de la dictadura castrista en Cuba.
“Frenesí”, obra explícita sobre la violencia del crimen y los desajustes del criminal es el canto del cisne de uno de los grandes maestros del cine, aunque aún vendría “Family Plot” (1975) curiosa y ligera y el trabajo febril en su último proyecto que no pudo ver realizado: “The Short Night”.
En la mañana del 29 de abril de 1980, moría el maestro y el genio del cine de terror, de suspense y de misterio, el hombre que creó un estilo y un mundo propios. Treinta años después su universo permanece con todo su atractivo, incrementado si cabe por el descenso generalizado del talento artístico en el Séptimo Arte.
Sus mejores obras: “La sombra de una duda”, “La ventana indiscreta”, “Vértigo”, “Con la muerte en los talones”, “Psicosis” … pueden disfrutarse como ejercicios cinematográficos de primer orden y como fascinantes retratos del alma humana, sus pasiones, sus debilidades y sus ambiciones. Amor y muerte en primer término.
Tras la máscara del artista, el hombre Hitchcock continúa siendo un misterio dentro de otro misterio, como el falso culpable, Madeleine/Judy en su personalidad dual (“Vértigo”), el atribulado Tony Perkins de “Psicosis” o el héroe puesto en cuestión de “Sospecha”.
Nadie podrá nunca- seguramente – desvelar el velo de ese misterio que nos atrapa y atrae. El secreto de un artista, Alfred Hitchcock, a la altura de los más grandes cineastas: John Ford, Cecil B. De Mille, King Vidor, Howard Hawks o Fritz Lang.




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