jueves, 3 de noviembre de 2011

Ideas para los ciudadanos



Con uno de los títulos más afortunados de los últimos tiempos, (Diccionario del ciudadano sin miedo a saber) el filósofo Fernando Savater ha reunido un grupo de conceptos de presencia común en la vida pública y aún en la privada: derecha / izquierda, laicismo, Estado, nacionalismo. El libro recién publicado por Ediciones Ariel es muy breve, cada concepto es descrito con ligeras pinceladas que sin embargo tienen una doble virtud, la primera es que definen a la perfección el tema y trazan su escenario básico, la segunda es que provocan, con inteligencia, el pensamiento .
Por supuesto, cabe la reflexión, el debate y la discrepancia sobre alguno de los trazos, pero ese es primordialmente el objeto del libro. No se trata de afirmar un discurso sino de conseguir que los ciudadanos se comporten como tales, es decir, que piensen por sí mismos, se esfuercen para obtener un conocimiento, opinen con libertad teniendo en cuenta, pero sin aceptar ciegamente, la dirección de la llamada con falacia “opinión pública“. 
El imperio de la corrección política, la banalidad del pensamiento débil y el empeño de algunos políticos en procurar que este estado de cosas persista, seguramente para no tener que rendir excesivas cuentas de su gestión, ha degenerado en un problema considerable que tiene una doble vertiente, el divorcio cada vez mayor entre la clase política y el ciudadano consciente y responsable, y la notoria superficialidad y falta de rigor en los debates sobre la cosa pública. Es como si fuera del Gran Hermano o del Gran Corazón no hubiera vida inteligente.
El empeño de Fernando Savater nos pone en la pista de la necesidad de que cada uno de nosotros reflexione sobre los asuntos realmente importantes en la vida, en el pensamiento, el arte, la cultura y la política. Y si algunos se atreven a dar el paso, que no se conformen sólo con la reflexión en soledad, sino que lancen sus palabras y propuestas al conjunto de la sociedad.
¿Y si cada uno de nosotros construyera una especie de diccionario personal para la vida ciudadana? Sólo dos condiciones: todos los temas son posibles, sin censura, y todos los temas exigen un estudio previo que permita un mínimo rigor, el buen ciudadano es todo lo contrario a un demagogo o un agitador que desde una esquina o desde el cóctel elegante de un salón, se dedique a expandir sus soflamas.
A modo de ejemplo:
1. La idea de España (o de Francia, o de Europa, o de América). 
2. La política antiterrorista. En España y en el mundo: ¿debemos pensar que es algo que atañe a otros – a Estados Unidos por ejemplo, aunque luego se le critique con alucinada frivolidad - o es deber de todos, personas y naciones, el compromiso?
3. La ley electoral. ¿Y si examinamos el sistema mayoritario a doble vuelta comenzando por las elecciones municipales, las que eligen a los representantes más cercanos al ciudadano?
4. Las bases de la cultura.
5. La misión del Estado. ¿O acaso no es su progresiva limitación sobre todo en los ámbitos donde debe actuar la iniciativa privada?
6. La política internacional en el siglo XXI. ¿Se puede comentar en un programa de TV sin la menor reflexión, casi como “boutade“, pero al parecer en serio, que Estados Unidos es un “imperio en decadencia” y que el futuro es “China“. ¿Deben los titulares eliminar la obligación de estudiar los asuntos?
7. La reforma educativa. ¿Quién decide el modelo de ciudadano hacia el que se supone se debe dirigir la educación? ¿Hay uno o varios modelos? ¿Se puede imponer desde el Estado?
8. Civilización. Se habla de “Alianza de civilizaciones“, pero ¿todo es civilización o el término exigiría unas condiciones previas?. Acaso no debiéramos atrevernos a definir la civilización y distinguirla de lo incivilizado, aunque sea políticamente incorrecto.
9. ¿Qué significa la política de género? ¿Acaso el género ha sustituido a la persona? Para ello, naturalmente, habría que estudiar la concepción de persona y de vida humana. 
10. Religión. A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Pero ¿quién es Dios y quién es el César? ¿Podemos fundamentar una ética exclusivamente en el ser humano y extraer de allí sus principios generales? ¿Acaso la ética no exige un criterio de permanencia? Y la permanencia ¿no conduce a lo trascendente?
El pensamiento conservador es analizado agudamente por Fernando Savater, aunque es necesario un matiz, la diferencia nuclear entre la derecha y la izquierda (si es que ambos vocablos conservan algún sentido en una ciudad donde los ciudadanos tienen problemas para saber, algunos incluso sufren amenazas) no estriba tanto en la solución económica pública o privada, sino en una idea filosófica. El conservador cree que dentro del movimiento  hay un ente que permanece, es el “ser” de Parménides. Su antagonista, como Heráclito, renuncia al ser y lo cifra todo en la continua revolución, en el cambio permanente.
En definitiva, el ciudadano que ha de saber es el que necesita aprender, y en ese eterno proceso de aprendizaje uno puede aspirar a encontrar respuestas, o por lo menos a hacerse las preguntas, las eternas cuestiones: quien soy yo, qué va a ser de mí.

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