domingo, 3 de julio de 2011

La mujer de la playa

    

  Para Roberto Andrade había sido una temporada dura pero a partir de ahora las reuniones , el sonido del móvil , las decisiones peligrosas  ... todo quedaba enterrado en la finísima arena de aquella playa de ensueño , quizás el aburrimiento fuera una amenaza pero las vacaciones iban a merecer la pena .   
    El segundo día de su estancia tranquila en la playa se alteró de repente con la llegada de una mujer que se iba a colocar muy cerca de él, justo en la sombrilla que descansaba a su derecha . Roberto se entretuvo mirándola : observó cómo se desvestía con parsimonia hasta quedarse con un diminuto biquini muy ceñido a su cuerpo . Parecía resplandecer con la crema y los rayos del sol . La mujer volvía mojada, con las gotas de agua salada acariciando los poros de una piel que milagrosamente iba adquiriendo su tono moreno a pasos agigantados .
   El día siguiente fue parecido pero más emocionante . Roberto dejó a un lado su lectura de verano – una inocua novelita de pretendida investigación esotérico- histórica – y no perdió un instante su mirada de aquella mujer . Cuando se tumbaba al sol con la espalda desnuda estaba tan cerca de él que casi podía percibir su aliento .
  El tercer día –o el cuarto si contamos el primero  – fue de ausencia y silencio. Y la playa se quedó como vacía y exangue .
     Pero la mañana siguiente, aunque más tarde de lo habitual, amaneció maravillosa . La mujer estaba más atractiva y bronceada , y el biquini , inverosímil , parecía aún más pequeño y ajustado a un  cuerpo de formas rotundas y sensuales .
   Roberto se incorporó de su hamaca y cuando la mujer se disponía a caminar hacia la orilla decidió acompañarla . Los dos solos ante la inmensidad del mar, un azul oscuro que confundía su línea en el horizonte con el suave azulado de un cielo límpido, desnudo de nubes y de viento .
  Era el tiempo de iniciar la conversación, pero ella altiva y orgullosa se adelantó : “ Esta noche cenaremos en el chiringuito de la playa “ ....

    Roberto Andrade asintió sin dejar de contemplar a su Belén   que había cerrado los ojos para no ser deslumbrada por el sol . Después suspiró profundamente , ¿ quien había dicho que no eran posibles las fantasías con la que desde hacía mucho tiempo era su  mujer ¿


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